domingo, 23 de abril de 2017

CAPÍTULO 15 EN QUÉ TIEMPOS SE DIRÁ ALELUYA




CAPÍTULO 15

EN QUÉ TIEMPOS SE DIRÁ ALELUYA

Desde la santa Pascua hasta Pentecostés se dirá el aleluya sin interrupción tanto en los salmos como en los responsorios. 2Pero desde Pentecostés hasta el principio de la cuaresma solamente se dirá todas las noches con los seis últimos salmos del oficio nocturno. 3Mas los domingos, menos en cuaresma, han de decirse con aleluya los cánticos, laudes, prima, tercia, sexta y nona; las vísperas, en cambio, con antífona. 4Los responsorios nunca se dirán con aleluya, a no ser desde Pascua hasta Pentecostés.

En este breve capítulo, san Benito dice en qué momento del Año litúrgico se ha de decir Aleluya. El texto no dice nada sobre el significado del Aleluya, pero se puede deducir que se canta en ciertas épocas del Año litúrgico y en otras, no. Para san Benito el Aleluya se canta en el Oficio durante el tiempo de Pascua, así como durante los domingos fuera del tiempo pascual, pero nunca durante la Cuaresma. Pues, básicamente, es un canto de alegría que va unido a la conmemoración litúrgica de la Resurrección.

Hoy, utilizamos el canto del Aleluya muy intensamente durante todo el tiempo de Pascua, y de manera más sobria los domingos del resto del año. También se puede utilizar cada día, excepto durante la Cuaresma, para introducción del Evangelio, lo cual ayuda a disponer más la atención a su proclamación.

Vale la pena recordar que se trata de una palabra hebrea, que nos conecta con la liturgia del pueblo hebreo del Antiguo Testamento, y asimismo con la liturgia judía actual. Como también podemos contemplar la palabra Amén, que es una palabra hebrea que las traducciones de la Biblia griega y latina mantienen en su misma forma hebrea, y se ha mantenido en la traducción de las lenguas vernáculas.

La palabra Aleluya, esencialmente, la hallamos en los Salmos, en el llamado “pequeño Hallel” (113-118), para ser cantado en la grandes fiestas, especialmente en la  Pascua, en Pentecostés y  Tabernáculos.  Jesús, probablemente cantó algunos de estos salmos en la Última Cena. La liturgia cristiana adoptó desde los primeros siglos este elemento de la liturgia judía.

San Agustín nos habla repetidamente en sus escritos, y dice que es “un canto de alegría y alabanza para todos los cristianos”. También dice que este canto nos une a la liturgia celestial. Una explicación, la de san Agustín, que es repetida por otros escritores cristianos de los siglos siguientes.

La lectura de este capítulo con toda su sobriedad, es una ocasión para llamarnos más la atención sobre esta palabra. Mucha más en este tiempo de Pascua; y no hay duda que nos ayuda a percibir y mantener la alegría propia de este tiempo. El canto frecuente de este grito de alegría en nuestra liturgia nos recuerda que en nuestra vida cristiana y en nuestra vida monástica vivimos la alegría de Cristo resucitado. Es una invitación a la alabanza y literalmente significa “alabad a Dios”.

San Benito tiene una especial preocupación por los monjes, para que vivan en esta actitud de alabanza, ya que en su época había diversas posturas sobre la utilización del Aleluya, llegando algunos a defender que solamente debía cantarse en día de Pascua.
La vida del monje ha de ser una continúa alabanza según la Regla. La alabanza debe expresarse y vivirse. Debemos decir aleluya con gozo y con atención, expresando en nuestra vida una plenitud de gozo.  Es preciso vivirla, ya que aunque la podemos decir con la boca, sin embargo en nuestra manera de ser y de afrontar la vida debemos mostrar este espíritu del aleluya. La experiencia, la confianza, la experiencia del perdón, la acogida y la misericordia de Dios es la que nos va transformando, una transformación que se manifiesta a la comprensión de todos.

Es preciso destacar también que el aleluya lo manda cantar san Benito diariamente en un determinado momento. Se canta a la noche, con todo el simbolismo que tiene en la propia vida, en la oscuridad y las sombras personales. Por ello se trata de un canto de fe y de esperanza. Un canto para confiar durante la noche en el esplendor del nuevo día que va a llegar. Cantándolo al final de los Maitines, al final del segundo nocturno, expresamos que nuestra esperanza no se verá defraudada, que seremos escuchados, que la luz no tardará en iluminar nuestra noche. Cantar el aleluya confiados en la misma noche, símbolo del sepulcro, como quien confía que la nueva luz del día nos traerá el recuerdo de la Resurrección.

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