viernes, 21 de abril de 2017

CAPÍTULO 9 CUÁNTOS SALMOS HAN DE DECIRSE EN LAS HORAS NOCTURNAS


CAPÍTULO 9

CUÁNTOS SALMOS HAN DE DECIRSE EN LAS HORAS NOCTURNAS

En el mencionado tiempo de invierno se comenzará diciendo en primer lugar y por tres veces este verso: «Señor, ábreme los labios, y mi boca proclamará tu alabanza». 2Al cual se añade el salmo 3 con el gloria. 3Seguidamente, el salmo 94 con su antífona, o al menos cantado. 4Luego seguirá el himno ambrosiano, y a continuación seis salmos con antífonas. 5Acabados los salmos y dicho el verso, el abad da la bendición. Y, sentándose todos en los escaños, leerán los hermanos, por su turno, tres lecturas del libro que está en el atril, entre las cuales se cantarán tres responsorios. 6Dos de estos responsorios se cantan sin gloria, y en el que sigue a la tercera lectura, el que canta dice gloria. 7Todos se levantarán inmediatamente cuando el cantor comienza el gloria, en señal de honor y reverencia a la Santísima Trinidad. 8En el oficio de las vigilias se leerán los libros divinamente inspirados, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, así como los comentarios que sobre ellos han escrito los Padres católicos más célebres y reconocidos como ortodoxos. 9Después de estas tres lecciones con sus responsorios seguirán otros seis salmos, que se han de cantar con aleluya. 10Y luego viene una lectura del Apóstol, que se dirá de memoria; el verso, la invocación de la letanía, o sea, el Kyrie eleison, 11y así se terminan las vigilias de la noche.

Cada día nuestra jornada comienza con el nombre del Señor en nuestros labios. Así empezamos los Maitines. Poder hacerlo es un don, un regalo de Dios, que nos da un nuevo día para buscarlo. La Palabra, la salmodia en nuestros labios, debe ser un reflejo de nuestro estado interior, para que nos ayude a orar con intensidad, poniendo los cinco sentidos.
Nos dice san Benito en el capítulo 19:
“Creemos que Dios está presente en todas partes, y los ojos del Señor miran en todo lugar los buenos y los malos”; pero esto es verdad sobre todo cuando estamos en el Oficio divino. Por tanto recordemos siempre lo que dice el profeta: “Servid al Señor con temor”; y todavía “salmodiad con gusto”; y “en presencia de los ángeles os cantaré salmos”. Así, pues, consideremos cómo es necesario estar en la presencia de la divinidad y de sus ángeles, y estemos de tal modo en la salmodia que “nuestro pensamiento vaya de acuerdo con nuestra voz”.

Para conseguirlo es importante que aportemos lo mejor de nosotros, evitando las distracciones, tensiones o cualquier otro estado de ánimo que nos desvíe de lo importante: orar. Para orar adecuadamente, para vivir nuestra vida monástica, es importante no tomarse la jornada a la carta, a no ser que algo importante nos lo impida.

Nos dice san Benito en el  Capítulo 43:
A la hora del Oficio divino, tan pronto sienten la señal, dejando todo lo que llevan entre manos, acudirán con prontitud, pero con gravedad, para no dar pie a comentarios. Así, pues, que no se anteponga nada al Oficio divino”.  Dejarlo todo, acudir con talante grave, y bien dispuestos a estar donde tenemos que estar. Cuántas veces sucumbimos a la tentación de ir al coro, o en el mismo coro de mantener conversaciones inútiles, que no aportan nada, y que ponemos por delante de un silencio que nos debe ayudar a la plegaria en esos momentos.

Escuchábamos hace unos días una lectura de la Colación, donde el cartujo Juan Lanspergio decía: “Nunca llegues tarde al coro y a los actos conventuales… Cuando ores el Divino Oficio procura no hacer, revisar, tratar, mirar, fijar la atención en otra cosa que no sea aquello que has de leer… Procura de no ahorrar tu voz en el coro con el pretexto de estar de mal humor,  o por apariencia de celo, o porque te han corregido, o cuando no se han hecho las cosas como tú pensabas…., pues entonces actúas contra la caridad no colaborando con la comunidad de la que eres miembro,,,;  procura no caer en esta especie de venganza interrumpiendo aquello que has de hacer, o haciéndolo de manera descuidada. Teniendo la costumbre de no restarle nada a Dios, merecerás ser iluminado por Él, conservarás la paz y te librarás de otras tentaciones.”

Sin embargo todo esto sirve también para el trabajo, refectorio, recreaciones… No evadirse de la vida comunitaria, pues cuando uno comienza apartándose de la plegaria, después de alguna comida, o hace algún aparte en otras cosas, corre el riesgo de apartarse de la comunidad y de Dios. Estos días hemos visto como un monje tuvo un pequeño accidente, precisamente yendo a Maitines, y al bajar por la escalera, ya que no funcionaba el ascensor, y toda su preocupación  era incorporarse lo más pronto posible a la actividad normal de la comunidad, pues considera que orar en la comunidad, con la comunidad,  es como la savia que le alimenta espiritualmente. Lo cual debe ser algo normal para todos nosotros. La plegaria es un momento fuerte de nuestro contacto directo con Dios. Nos ayuda la costumbre de mantener un gran silencio entre Completas y Laudes, en el coro, yendo y viniendo de la plegaria, en el refectorio. Es buscar un silencio que nos ayuda a centrarnos en lo que es realmente importante.

Orar con el Oficio divino da sentido a nuestra vida, la llena, nos centra en Cristo, nos da fuerzas para toda la jornada. Ciertamente, la vida monástica no es fácil. San Benito no lo oculta, más bien al contrario; por ello vaciarla de plegaria es empobrecerla, hacerle perder el sentido, rigor, fortaleza. Y cuando nos debilitamos interiormente esto afecta también al resto de la comunidad. Uno pude decir que lo ha hecho en privado, pero nuestra responsabilidad es hacerlo en comunidad, o haber buscado otros caminos de consagración a Dios. La esencia, la dificultad y el vigor de nuestra vida es orar en comunidad; buscar a Dios juntos, no entendiendo ello como una mortificación, sino como una ayuda a nuestra debilidad; carga y virtud al mismo tiempo. Por ello san Benito pide que los monjes participen desde el comienzo hasta el final, y prevé sanciones para los no responsables;  no se trata de una simple medida disciplinar, sino de una exigencia que nace de la doctrina espiritual de la Regla. Toda la comunidad monástica se ha de reunir delante del Señor, no por medio de unos miembros que la representen, sino en plenitud; de aquí el recuerdo que hacemos en Maitines a Completas de los hermanos ausentes, de lo que diríamos “legítimamente ausentes” por enfermedad o ausencia justificada.

Nuestra jornada comienza cada día cuando todavía no ha amanecido; como las mujeres que el primer día de la semana se dirigían al sepulcro donde había puesto a Cristo crucificado, y tuvieron la oportunidad de encontrarlo glorioso y resucitado, pues como dice un proverbio castellano “a quién madruga Dios le ayuda”.  Maitines, es, pues un momento para tener un primer encuentro con Dios y escucharlo, donde cada día su Palabra y el magisterio de los Padres de la Iglesia se nos hacen presentes, como una especie de lazo que nos religa a la plegaria llevada a cabo a lo largo de los siglos por parte de la Iglesia.  Pedimos buscar en verdad a Dios, siendo celosos por el Oficio divino ya desde la primera hora del día 

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