domingo, 4 de junio de 2017

CAPÍTULO 55 LA ROPA Y EL CALZADO DELOS HERMANOS



CAPÍTULO 55

LA ROPA Y EL CALZADO DELOS HERMANOS

Ha de darse a los hermanos la ropa que corresponda a las condiciones y al clima del  lugar en que viven, 2 pues en las regiones frías se necesita más que en las templadas. 3 Y es el abad quien ha de tenerlo presente. 4 Nosotros creemos que en los lugares templados les basta a los monjes con una cogulla y una túnica para cada uno – 5 la cogulla lanosa  en invierno, y delgada o gastada en verano -, un escapulario para el trabajo, escarpines y zapatos para calzarse. 6 No hagan problema los monjes del color o de la tosquedad de ninguna prenda, porque se adaptarán a lo que se encuentre en la región donde viven o a lo que pueda comprarse más barato. 8 Pero el abad hará que lleven su ropa a la medida, que no sean cortas sus vestimentas, sino ajustadas a quienes las usan. 9 Cuando reciban ropa nueva devolverán siempre la vieja, para guardarla en la ropería y destinarla luego a los pobres. 10 Cada monje puede arreglarse, efectivamente, con dos túnica y dos cogullas, para que pueda cambiarse por la noche y para poder lavarlas. 11 Más de lo indicado sería superfluo y ha de suprimirse. 12 Hágase lo mismo con los escarpines y con todo lo usado cuando reciban algo nuevo. 13 Los que van a salir de viaje recibirán calzones en la ropería y los devolverán, una vez lavados, cuando regresen. 14 Tengan allí cogullas y túnicas un poco mejores que las que se usan de ordinario para entregarlas a los que van de viaje y devuélvanse al regreso. 15 Para las camas baste con una estera, una cubierta, una manta y una almohada. 16 Pero los lechos deben ser inspeccionados con frecuencia por el abad, no sea que se esconda en ellos alguna cosa como propia. 17 Y, si se encuentra a alguien algo que no haya recibido del abad, será sometido a gravísimo castigo. 18 Por eso, para extirpar de raíz este vicio de la propiedad, dará a cada monje lo que necesite; 19 o sea, cogulla, túnica, escarpines, calzado, ceñidor, cuchillo, estilete, aguja, pañuelo y tablillas; y así se elimina cualquier pretexto de necesidad. 20 Sin embargo, tenga siempre muy presente el abad aquella frase de los Hechos de los Apóstoles: «Se distribuía según lo que necesitaba cada uno». 21 Por tanto, considere también el abad la complexión más débil de los necesitados, pero no la mala voluntad de los envidiosos. 22 Y en todas sus disposiciones piense en la retribución de Dios.

La humanidad de la Regla  se desprende de todo el texto, incluso en las recomendaciones puntuales que hacen  referencia al vestido y al calzado. Por un lado, san Benito tiene presente la circunstancia del clima; por otro lado aconseja no hacer de ello un tema principal o problema. Queda claro que no tenemos que preocuparnos obsesivamente de los tema materiales, pero también que hemos de tener cierto cuidado en circunstancias como cuando vamos de viaje, y que la ropa y el calzado no deben ser excusa para satisfacer nuestro afán de posesión, siempre que nuestras necesidades estén cubiertas.

Cuando terminó el Concilio Vaticano II estuvo presente el tema del vestido. En las órdenes monásticas que seguimos la regla de  san Benito, el punto de partida fue en muchos casos el consejo de la Regla de que los monjes no debemos hacer problema, sino que nos contentamos con lo que encontramos en la región donde vivimos y donde se puede adquirir a mejor precio. A partir de aquí se hizo la reflexión de que hoy nuestros hábitos estaban pasados de moda, y, ciertamente, es más fácil encontrar ropa a mejor precio, como una camisera o unos tejanos. El Concilio  afirma que el hábito religioso como un signo de consagración, sea sencillo y modesto, pobre a la vez que decente, que se adapte a las exigencias de la salud y del tiempo y lugar, y de acuerdo a las necesidades del ministerio. El hábito, tanto de hombre como de mujeres, que no se ajuste a estas normas, ha de ser modificado según dice el Decreto Perfectae Caritatis. Un texto bien claro en sintonía con la Regla  (PC 17).

La descripción que san Benito da de las costumbres de los monjes muestra que este vestido no era diferente de la gente común de su tiempo. Todo esto dio lugar a un cierto vaivén; por ejemplo la abadesa Juana Chittister explica en su libro: “Tal como éramos: una historia de cambio y de renovación”, donde analiza la aplicación del Concilio a su monasterio y a su Orden, en los Estados Unidos, que la misma necesidad de gastar tanto tiempo en el tema del vestir dejaba poca energía para asuntos más importantes de la renovación. Y recoge un comentario de una hermana de su comunidad que decía que se equiparaba en importancia los temas del vestido y de la plegaria. Así, un año su comunidad dejó las clases al llegar las vacaciones de Navidad  vestidas con hábito negro, para reaparece después con blusas, faldillas y peinados diversos; los colores y estilo a discreción de cada hermana y así desapareció la uniformidad.  Ya vemos que no se trata de una mera especulación sino de una práctica llevada a cabo en comunidades concretas.

En definitiva, este capítulo de la Regla es otro de aquellos donde los detalles concretos están unidos a un contexto cultural distinto del nuestro, pero lo que sorprende es la preocupación fundamental de san Benito por la pobreza y la simplicidad. Lo primero en que insiste es la simplicidad. Por descontado que la ropa se ha de adaptar al clima, ya que su objetivo principal es proteger el cuerpo, por lo tanto debe ser más recia en invierno y ligera en verano, y de medida adecuada a cada persona. Pero,  por otro lado, dice san Benito que los hermanos no deben de preocuparse del color o tosquedad de la ropa; que se compre a buen precio o en la zona donde se vive. El segundo aspecto importante es el  de evitar la acumulación. San Benito, como buen psicólogo, recuerda al abad la obligación de asegurarse que todos tengan lo necesario, para evitar la excusa de la precariedad, o se acumule en previsión de la necesidad. La igualdad no quiere decir que todos tengan exactamente lo mismo, sino que todos tengan o que necesitan.

Para los viajes, san Benito establece que se utilice la ropa de más calidad. Se trata de una actitud de respeto hacia las personas que salen. Algunos monjes prefieren viajar con su hábito monástico; otros vestidos como los demás, sin hábito alguno; o con una ropa civil, pero con un aire monástico, o bien con clergyman. Para todo hay razones. Lo importante es hacerlo con sencillez, teniendo en cuenta el clima y el contexto social. De hecho toda la Regla nos habla de la medida, y la ropa y el calzado no son una excepción.

Aplicaciones prácticas de este capítulo sería la importancia de mantener una cierta uniformidad, tanto dentro como fuera del monasterio. Ejemplos concretos a considerar:

Las piezas que en invierno nos ponemos sobre el hábito, siempre negras, o el color del calzado, también negro, sean botas, zapatos o sandalias, y los mismo para los calcetines: blancos o negros. El cuidado de la ropa: ni estar obsesivamente pendientes por tener una imagen “perfecta”, o ir claramente desaliñados. Sentido común y unidad de criterios, sobre todo cuando no vamos solos; también debemos tener en cuenta el lugar a donde vamos, si es algo personal  o representamos a la comunidad. Sencillez quiere decir en la práctica pedir la ropa que es necesaria, pero no un stock de mudas que pueden servir a las necesidades de media comunidad. Cuando necesitamos algo probemos lo que necesitamos en ese momento y que nos puede dar idea para otras  necesidades. Sencillez y una cierta dignidad son suficientes.

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