domingo, 11 de junio de 2017

CAPÍTULO 62 LOS SACERDOTES DEL MONASTERIO

CAPÍTULO 62

LOS SACERDOTES DEL MONASTERIO

Si algún abad desea que le ordenen un sacerdote o un diácono, elija de entre sus monjes a quien sea digno de ejercer el sacerdocio. 2 Pero el que reciba ese sacramento rehuya la altivez y la soberbia, 3 y no tenga la osadía de hacer nada, sino lo que le mande el abad, consciente de que ha de estar sometido mucho más a la observancia de la regla.4 No eche en olvido la obediencia a la regla con el pretexto de su sacerdocio, pues por eso mismo ha de avanzar más y más hacia Dios. 5 Ocupará siempre el lugar que le corresponde por su entrada en el monasterio, 6 a no ser cuando ejerce el ministerio del altar o si la deliberación de la comunidad y la voluntad del abad determinan darle un grado superior en atención a sus méritos. 7 Recuerde, sin embargo, que ha de observar lo establecido por la regla con relación a los decanos y a los prepósitos. 8 Pero si se atreviere a obrar de otro modo, no se le juzgue como sacerdote, sino como rebelde. 9 Y si advertido muchas veces no se corrigiere, se tomará como testigo al propio obispo. 10 En caso de que ni aun así se enmendare, siendo cada vez más notorias sus culpas, expúlsenlo del monasterio, 11 si en realidad su contumacia es tal, que no quiera someterse y obedecer a la Regla.

La cuestión de la presencia y el papel de los sacerdotes en una comunidad monástica es tan antiguo como el monacato cristiano. El monaquismo y el sacerdocio pertenecen a dos órdenes diversos de la realidad eclesial, de manera que la vocación a la vida monástica y la vocación al sacerdocio son dos vocaciones diferentes que pueden coexistir en una misma persona. La experiencia de siglos, así como la de cada sacerdote monje, muestra que estas dos vocaciones pueden enriquecerse mutuamente, pero también a veces pueden ser motivo de conflicto entre sí.

La vida monástica es una manera concreta de vivir la vida cristiana, de vivir el sacerdocio común. Todo cristiano es libre, al seguir una llamada para adoptar un determinado tipo de vida y entrar en una comunidad monástica, que lo acepta, para militar bajo una regla común aprobada por la Iglesia. En cuanto al sacerdocio, su sacerdocio es, además, un ministerio al que ha de ser llamado por la autoridad competente, es decir por el obispo. El monje vive en una comunidad monástica bajo una regla y un abad; el sacerdote, por su parte es un ayudante del obispo que está revestido de la plenitud del sacramento del Orden (cf LG, 26), por lo cual el sacerdote ejerce su ministerio bajo la autoridad del obispo. Ciertamente, la consagración episcopal confiere la plenitud del Sacramento del Orden, que, en la comunidad eclesial se pone al servicio del sacerdocio común de los fieles, de su crecimiento espiritual y de su santificación. El sacerdocio ministerial, de hecho, tiene el objetivo y la misión de hacer vivir el sacerdocio común de los fieles, que, en virtud del bautismo, participan, a su manera, en el único sacerdocio de Cristo, como afirma la constitución conciliar Lumen Gentium cuando dice:

“El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, están ordenado uno al otro; los dos, en efecto, participan, a su manera, del único sacerdocio de Cristo. Su diferencia es esencia, y no solo de grado” (LG 10)

Del sacerdocio bautismal participa todo cristiano, y también los monjes; y el monje que tiene como centro de su vida a Cristo que ha venido a servir y no a ser servido, cuando es llamado al sacerdocio ministerial, viene a ser todavía más un servidor de la comunidad, en tanto en cuanto pone su ministerio al servicio de sus hermanos. Escribe Dom Leqercq que el sacerdocio dentro del monacato se puede presentar como una ofrenda, como la cumbre del ofrecimiento de su vida en la cual la plegaria y la ascesis de la vida del monje adquieren una eficacia eclesial.

La Regla solo consideran el sacerdocio en dos casos:  el del sacerdote que viene al monasterio para ser monje y el del monje ordenado de presbítero para asegurar el servicio sacramental  del monasterio. Por lo tanto el ministerio sacerdotal del monje queda inscrito dentro de lo que podríamos llamar como la iglesia particular que forma una comunidad monástica, al menos que el monasterio tenga unos compromisos pastorales. San Benito insiste en que el ministerio no implica una posición superior al resto de la comunidad, y ni altera el lugar del monje dentro de la comunidad.

¿Cómo sirve un monje presbítero a su comunidad? 

Con las facultades propias de su ministerio, como lo hace asimismo el diácono. En la administración de los sacramentos, y en particular en la celebración de la Eucaristía, centro litúrgico de nuestra jornada de cada día. Dentro de la celebración eucarística hay que destacar la homilía, especialmente la dominical.  Recuerdo que el P. Robert comentaba a menudo, con su peculiar estilo, que las homilías de la misa conventual van dirigidas especialmente a la comunidad. Cada uno tenemos nuestro estilo. Hay quien destaca con énfasis una frase para que nos llegue o nos interrogue, hay quien sitúa las lecturas en el contexto litúrgico, lo cual es muy acertado, porque todo el Año litúrgico forma un conjunto y las lecturas elegidas nos proponen un itinerario personal.

Nos convendría releer de vez en cuando  Evangelium Gaudium, Cap 3, punto 2, del Papa Francisco, donde nos recuerda que la homilía no puede ser un espectáculo para entretener (cf  EG, 138), y es necesario prepararla dedicando un tiempo oportuno de estudio, de plegaria, de reflexión y con una creatividad  personal, pues quien predica y no se prepara no es espiritual; es deshonesto e irresponsable con los dones recibidos.  (cf  EG, 145)
Homilías no excesivamente largas, claras y bien estructuradas, aconseja el Papa. Un aspecto fundamental es la relación directa, estrecha con la Palabra de Dios, es decir con las lecturas que se acaban de proclamar. Nos puede ayudar en este servicio el Magisterio y la Tradición de la Iglesia. Los Santos Padres son un buen recurso en este sentido; además tenemos el tiempo privilegiado de nuestro encuentro personal con la Palabra en la Lectio de cada día.

El sacerdocio en la comunidad es un servicio a los hermanos y a la Iglesia. Nuestro arzobispo Jaime decía en mi ordenación de presbítero:

“todo cristiano, por el hecho de haber recibido en el bautismo el sacerdocio común, y también en virtud de la comunión de los santos, ha de sentir el peso de llevar la humanidad hacia Dios y de vivir el gran mandamiento del amor el prójimo. Pero, además, quien es ungido con el sacramento del Orden adquiere una nueva responsabilidad derivada de su configuración con Cristo, que no es solamente más intensa sino esencialmente diferente de los fieles. Está llamado a ser un servidor fiel de sus hermanos de comunidad en primer lugar y servidor también de todos los hombres. (1 Mayo 2015)

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