domingo, 30 de julio de 2017

CAPÍTULO 19 LA ACTITUD DURANTE LA SALMODIA


CAPÍTULO 19
LA ACTITUD DURANTE LA SALMODIA

Creemos que Dios está presente en todo lugar y que «los ojos del Señor están vigilando en todas partes a buenos y malos»; 2pero esto debemos creerlo especialmente sin la menor vacilación cuando estamos en el oficio divino. 3Por tanto, tengamos siempre
presente lo que dice el profeta: «Servid al Señor con temor»; 4y también: «Cantadle salmos sabiamente», 5y: «En presencia de los ángeles te alabaré». 6Meditemos, pues, con qué actitud debemos estar en la presencia de la divinidad y de sus ángeles, 7y salmodiemos de tal manera, que nuestro pensamiento concuerde con lo que dice nuestra boca.

Vivir bajo la mirada de Dios, creer, siempre atentos a Dios. Ya nos lo ha dicho san Benito en el capítulo 7, que hemos de sentirnos en su presencia:
“El primer grado de la humildad es mantener siempre ante los ojos el temor de Dios y evitar de olvidarlo; recordar siempre lo que nos manda”…. Y guardándose en todo momento de los pecados y de los vicios, es decir de los pensamientos, de la lengua, de las manos y de los pies, y de la voluntad propia, como también de los deseos de la carne, el hombre ha de tener en cuenta que Dios lo contempla en todo momento, y que en todo momentos sus acciones están bajo la mirada de la divinidad y presentadas por los ángeles.

Orar, trabajar, comer, dormir en la presencia de Dios. Quizás se puede recordar una escena de la película Camino, donde uno de los personajes es una mujer que se ha quedado viuda y cuando le dicen si se siente sola, contesta que nunca estamos solos, siempre está a nuestro lado  Jesús. No para vigilarnos o controlarnos sino para manifestarnos la presencia amorosa del Señor a quien buscamos, y a quien queremos dedicar toda nuestra vida.

A menudo hacemos cosas a escondidas, para que no las vean nuestros hermanos, y no somos conscientes de que las ve Dios. Tener siempre presente a Dios es tener siempre presente el sentido último de nuestra vida, el sentido  fontal, esencial, vital. Pero todavía san Benito nos dice más, si siempre hemos de creer en la presencia del Señor, tanto más cuanto más oramos en la comunidad, cuando salmodiamos. Si no asistimos, si por pereza, por sueño, o por anteponer otras cosas, en donde caemos una vez u otra todos, faltamos a la cita con el Señor.

Sería fácil plantear el símil de la relación con la enamorada, para la cual el enamorado lo deja todos, para sentirse cerca de ella, sentir su presencia, incluso en el silencio o en la oscuridad.

San Benito comienza por afirmar una verdad de fe: que Dios está presente en todas partes. Cuando hacemos el bien y cuando hacemos el mal; está presente, lo vemos y nos mira. Si esto es cierto en todo momento y en todo lugar, lo es de una manera especial cuando estamos en el Oficio divino.

Assistere en latín tiene un sentido fuerte: significa una presencia activa, participativa consciente. Por tanto, el Oficio divino es sobre todo una acción, una acción conjunta, comunitaria, una obra, donde Dios se hace presente para nosotros y en nosotros, para nuestra comunidad y en medio de nuestra comunidad, donde lo tratamos de una manera personal, aunque de hecho es algo que hacemos a lo largo de todo el día, pero es algo que se concretiza de una manera especial en la plegaria comunitaria.

San Benito apoya esta afirmación con tres textos del a Escritura:

Nos dice: “Servid al Señor con temor, del Sal 2,11 que la BCI traduce por “respetar al Señor, someteos, venid con temor a prestarle homenaje”

La vida monástica es una escuela del servicio divino y el Oficio una de las expresiones más importantes. Hemos de ir con temor, es decir con una actitud de profundo respeto ante la presencia especial de Dio.

El otro texto: “Salmodiad con gusto”, de una manera sabia, que significa orar con una actitud de comprensión mutua. Dios está presente en medio de nosotros, le hablamos y nos habla.
El texto tercero: “En presencia de los ángeles os cantaré salmos”. En la traducción de la BCI: “Te enaltezco con todo el corazón, Señor, te cantaré en la presencia de los ángeles”.
Insiste san Benito en la idea de la presencia, una presencia que es una mirada, una contemplación. De aquí la idea de que nuestra plegaria en la tierra nos une a la liturgia celestial.; una idea desarrollada por los primeros abades de Cluny, especialmente por san Odilón. San Benito llega a la conclusión de que todo esto se ha de expresar en una plegaria muy fortalecida, donde cada palabra debe ser cuidadosamente recitada, cantada, analizada, saboreada, sintiéndonos siempre ante los ojos de Dios y sus ángeles.

Si hoy día la tendencia es la búsqueda de palabras i fórmulas que expresen claramente lo que sentimos o queremos decir a Dios, la actitud de san Benito es más tener una actitud; vivir en la presencia de Dios, vivir bajo su mirada es la finalidad de la vida del monje, según los primeros padres de la vida monástica.

Una idea bella y austera que puede venir a ser un peso terrible y angustioso sino lo vivimos con amor. La mirada de la que habla san Benito no es ciertamente aquella que vigilaba a Caín cuando mata a su hermano, que era una mirada acusadora. Para los padres de la vida monástica la mirada de Dios es la mirada de Jesús, como se nos da a conocer en el Evangelio: cólera ante la hipocresía de los fariseos, compasiva y amorosa para el joven rico o  Zaqueo. Una mirada que cura, que da paz que libera. Si somos conscientes o creemos que Dios está presente siempre, es preciso que nuestra vida esté de acuerdo con nuestro pensamiento y la voz vaya también de acuerdo. Mens concordat voci.

Al fin y al cabo es una camino hacia la reconstrucción de la integridad de la persona humana; un camino para recuperar la imagen de Dios que llevamos ciertamente pero que a veces se difumina, que perdemos, a causa de nuestras faltas y pecados. Una tarea de toda la vida, una tarea para llevar a cabo en gran parte en la comunidad y la liturgia. El Oficio divino nos acerca, son momentos privilegiados a lo largo del día para armonizar el cuerpo y el espíritu, penetrando poco a poco, saboreándolos, el sentido de los salmos, descubriendo nuestras heridas, las fracturas interiores de nuestra alma: la impiedad, los celos, lujuria murmuración y otras.

Vivir en la presencia de Dios es tratar de alcanzar la unidad interior, y en esta reconstrucción espiritual la plegaria con los salmos juega un papel esencial. Orar, salmodiar en la presencia de Dios exige un papel activo, estar presentes sobre todo, pero con los cinco sentidos.

San Benito concluye estos capítulos dedicados al Oficio divino con este, donde destaca la percepción de la presencia divina, que es el primer fruto de nuestra fe. La presencia de Dios precede nuestra respuesta creyente al Señor, sintiendo esta presencia en la celda, en medio de la comunidad, en todo lugar. El Señor está presente en todas partes; creámoslo sin duda alguna cuando estamos en el Oficio divino. Presencia recibida con fe y con acción. Nos decía san Bernardo hoy en Maitines: “Donde está Dios, hay gozo; donde está Dios hay paz; donde está Dios está la felicidad”.


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