domingo, 2 de julio de 2017

CAPÍTULO 3 COMO SE HAN DE CONVOCAR LOS HERMANOS A CONSEJO



CAPÍTULO 3

COMO SE HAN DE CONVOCAR
LOS HERMANOS A CONSEJO

Siempre que en el monasterio hayan de tratarse asuntos de importancia, el abad convocará toda la comunidad y expondrá él personalmente de qué se trata. 2Una vez oído el consejo de los hermanos, reflexione a solas y haga lo que juzgue más conveniente. 3Y hemos dicho intencionadamente que sean todos convocados a consejo, porque muchas veces el Señor revela al mas joven lo que es mejor. 4Por lo demás, expongan los hermanos su criterio con toda sumisión, y humildad y no tengan la osadía de defender con arrogancia su propio parecer, 5sino que, por quedar reservada la cuestión a la decisión del abad, todos le obedecerán en lo que él disponga como más conveniente. 6Sin embargo, así como lo que corresponde a los discípulos es obedecer al maestro, de la misma manera conviene que éste decida todas las cosas con prudencia y sentido de la justicia. 7Por tanto, sigan todos la regla, como maestra en todo y nadie se desvíe de ella temerariamente. 8Nadie se deje conducir en el monasterio por la voluntad de su propio corazón, 9ni nadie se atreva a discutir con su abad desvergonzadamente o fuera del monasterio. 10Y, si alguien se tomara esa libertad, sea sometido a la disciplina regular. 11El abad, por su parte, actuará siempre movido por el temor de Dios y ateniéndose a la observancia de la regla, con una conciencia muy clara de que deberá rendir cuentas a Dios, juez rectísimo, de todas sus determinaciones. 12Pero, cuando se trate de asuntos menos transcendentes, será suficiente que consulte solamente a los monjes más ancianos, 13conforme está escrito: «Hazlo todo con consejo, y, después de hecho, no te arrepentirás».

El abad necesita el consejo en asunto referentes a toda la comunidad, o a algunos hermanos. Por un lado san Benito recomienda una medida prudente que implica no tomar las decisiones de una manera inmediata ni precipitada, y por otro lado da al abad la oportunidad de compartir y en cierta manera descargarse parte de su conciencia en otros hermanos. Escuchar consejo nos dice san Benito que no  implica el que el abad no haya de hacer lo que crea más conveniente, con equidad, justicia y temor de Dios; evidentemente la posibilidad de equivocarse siempre existe.  Si san Benito pide a todos el obedecer, para el abad escuchar el parecer de algunos o de muchos puede ayudarle a discernir el camino correcto.

Siempre pueden surgir situaciones no fáciles, en las cuales conviene tener los elementos de juicio necesarios, teniendo en cuenta que si hay un monje implicado a menudo no es él quien lo comunica, sino que puede tener la tentación de ocultarlo. A quien el abad pide consejo ha de conocer los hechos concretos y no meras intuiciones, para poder dar una opinión; en general el abad pide la opinión del consejo, aunque en ocasiones puede pedir la opinión a otro hermano. Es preciso tener presente que todo lo que se dice o se habla en el consejo del abad no puede ser revelado o comentado por sus miembros a nadie, lo cual sería una falta grave, como lo es divulgar lo que se habla o decide en un capítulo comunitario. Alguien se podría preguntar por qué no se trata todo en un capítulo comunitario; en ocasiones hay temas que afectan a un miembro concreto de la comunidad y una divulgación mayor podría tener una repercusión en la relación comunitario que no sería conveniente o útil.  Otro caso sería una falta concreta que se fuera repitiendo o fuera grave, como para ir contra la comunidad, lo cual ya implica unas medidas concretas en las Constituciones, de una aplicación necesaria si viene al caso.

En el consejo, los consejeros expresan su opinión y esto permite al abad tener una idea de diversas posibles actuaciones. A menudo se produce lo que viene a una tempestad de ideas, de las que va fraguando una reflexión entre todos. El consejo del abad es mucha ayuda y conviene ir avanzando, para que los capítulos comunitarios vengan a ser un lugar de intercambio de opiniones que nos `permitan reflexionar en común. El capítulo comunitario no ha de funcionar como un parlamento donde se presentan proposiciones y se votan después de un debate, sino más bien como un espacio de diálogo donde se hablen los temas concretos del día a día ciertamente, pero también de temas de fondo, como un trabajo comunitario por ejemplo, las horas de plegaria….
Vuestras aportaciones para el Sínodo de la Orden me han servido para concienciarme que podemos mejorar la vida comunitaria: lectio, trabajo, silencio, compartir actividades… En cierta manera esta dinámica de diálogo y debate, que ha de existir realmente, se ha perdido y valdría la pena recuperarla, aunque no es algo fácil, y nos exige a todos un trabajo y madurez comunitaria y personal. Uno de los temas comunitarios pendiente de hablar entre todos es el del trabajo que debemos afrontar en los próximos meses, ahora que los estudiantes están finalizando sus estudios.

San Benito nos muestra que el límite de la actuación tolerable de un monje es no seguir nuestro propio deseo. Cuando caemos en la tentación de no seguir el horario de la vida comunitaria, de no dedicar un tiempo determinado a la plegaria, al contacto con la Palabra y al trabajo, corremos el riesgo de caer en una crisis espiritual de efectos imprevisibles. Un riesgo tanto más elevado cuanto más se prolongue en el tiempo y no volvamos al cumplimiento de nuestras obligaciones. Puede suceder incluso que en la tarea que se nos hubiese encomendado de haber creado una dinámica en provecho propio, que al practicarla habitualmente nos parezca ya normal y no queramos perderla.

“Que ninguno su propio deseo”, nos dice claramente. Es la frase central del capítulo. Ni el abad ni los monjes han de seguir su propia voluntad. A menudo sucede que  los superiores no hacen aquello que desearían hacer, o que les sería más tranquilo o cómodo, sino aquello que creen que han de hacer en cada momento, por modesto y doloroso que sea, y dirigido siempre al bien de toda la comunidad, y no al suyo, o al de algún miembro en contra de los demás, y no olvidamos en cada momento que la posibilidad de equivocarse está siempre presente.

San Benito prevé el consejo en dos situaciones diferentes: cuestiones muy importantes y cuestiones menos importantes. En las primeras toda la comunidad ha de estar convocada; en las otras es suficiente con el consejo de los ancianos. Evidentemente, la determinación de qué es más importante, o menos sale de un juicio subjetivo. Es cierto también que el Derecho Canónico o las Constituciones de la Orden, sobre la base de una experiencia secular han determinado un cierto número de decisiones que el abad no puede tomar sin escuchar el parecer de la Comunidad o de su consejo, y otras no puede tomarlas sin haber recibido el consentimiento de uno del otro, según los casos. Además de estos casos, no tan frecuentes, puede consultar siempre a todos o a algunos hermanos en particular, según la naturaleza de las decisiones a tomar.

El abad por un lado lo ha de hacer todo con consejo, y por otra parte con temor de Dios, en el respeto a la Regla, sabiendo que ha de dar cuenta a Dios de sus decisiones, y que no ha de permitir que cada uno siga su propio deseo, ni debe disimular los pecados, sino arrancarlos nada más aparezcan e intentar arrancarlos de raíz. La responsabilidad del abad es la de proteger a la comunidad contra las iniciativas personales de uno u otro hermano, que sigue su propia voluntad, incluso en contra de la comunidad y perjudicándola.

Podemos leer también este capítulo que ninguno se atreva a disputar con el abad, ni dentro ni fuera del monasterio.  El mal de la murmuración, al que alude varias veces, es uno de los riesgos mayores de nuestra vida. Nos cuesta muy poco agarrar el teléfono y comenzar a quejarnos con la gente de fuera sobre cosas de nuestra vida que no nos agradan, o explicar nuestra vida comunitaria, que no viene a cuento para nada. Todo esto es el mal de la murmuración del que nunca nos acabamos de librar, y que hace mucho daño a la vida comunitaria. Detrás de una murmuración están los celos, la envidia… que dividen a la comunidad, la destruyen, y son las armas del diablo, como dice el papa Francisco. San Agustín hizo inscribir en el refectorio de su comunidad: que aquí nadie murmure del que está ausente; quien piense eso que procure ausentarse de la mesa”.  Para tenerlo presente estas vacaciones, y siempre.

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