domingo, 16 de julio de 2017

CAPÍTULO 7,59 LA HUMILDAD



CAPÍTULO 7
LA  HUMILDAD,  RB 7,59

El décimo grado de humildad es que el monje no se ría fácilmente y en seguida, porque está escrito: «El necio se ríe estrepitosamente».,

Escribe el libro del Eclesiastés: “Hay un tiempo de llorar y un tiempo de reir, un tiempo de lamentarse y un tiempo de danzar”.  (Ecl 3,4)

San Benito es un hombre austero a quien no le agrada la trivialidad, y que contempla el reír como un riesgo de relajación espiritual. La Regla es un texto literario que no da lugar al humor, pero, ciertamente, no renuncia a la ironía. La repetición de la frase “Dios no lo quiera” no deja de tener un sentido irónico ante las actitudes que denuncia, pero que espera de nuestra sensatez que no se produzcan. La alegría no está ausente en la idea que san Benito tiene del monje. Así vemos como en el capítulo 7, en el cuarto grado de la humildad afirma que los monjes seguros en la esperanza divina siguen con alegría su camino; en el capítulo 49 desea que el monje afronte con gozo del Espíritu Santo la observancia cuaresmal; o en el capítulo 5 sobre la obediencia hace referencia al Apóstol: “Dios ama al que da con alegría”.  San Benito considera que el monje debe afrontar con alegría su vida, incluso en la obediencia, la observancia cuaresmal o la humildad, porque vive con gozo su vocación de monje.

Necesitamos vivir la vida monástica con ilusión, una ilusión progresiva desde la condición de postulantes hasta la profesión solemne, pasando por la etapa de novicio y profesión simple, para mantenernos cada día en dicho crecimiento progresivo. Una vez hecha la profesión solemne no debemos caer en el aburrimiento y en la pasividad, en una vida alejada de la comunidad y de Cristo; en una palabra, en una vida regresiva. La vida monástica no es una carrera con objetivos hasta ser profeso solemne, tener una celda propia… pensando que ya eres un monje auténtico, hagas lo que hagas. Debemos tener la ilusión de seguir viviendo en Cristo, vivir en el Señor, tener alegría en lo que vivimos. La propia comunidad nos debe ayudar en el caso de pérdida de fuerza en nuestra vocación, con el soporte necesario y los medios que nos ofrecen la Regla.  Hay elementos diversos para ayudarnos en la vocación, pero también es preciso tener confianza y predisposición para ser ayudado. Nos debemos dejar ayudar por los hermanos de la comunidad en una guía y acogida fraterna. Participando de la actividad de la comunidad con plena conversión y conexión con la vida monástica, confrontando la vida que es propia del Evangelio y la Regla con la vida real que llevamos a cabo. Vivir en comunidad significa vivir para la comunidad, por Cristo, compartiendo todos los aspectos de la vida y no teniendo otra alternativa al proyecto del Señor.

San Benito nos dice que hay momentos en los que reír no es la mejor de las actitudes. En el Oficio divino por ejemplo, debemos mantener la atención a lo que estamos haciendo, alabando a Dios. Nos ayuda la actitud interior y también la actitud exterior, hacer los gestos con la debida reverencia…  Esto no es el centro del Oficio sino instrumentos para poner de relieve el verdadero centro que es la alabanza Dios. San Benito no quiere que la tristeza sea la actitud dominante en los monasterios, su visión de la vida del monje es equilibrada, humana. Una alegría profunda, nacida de la esperanza de la Pascua, que nos permite llevar con ligereza las dificultades propias de la vida. San Benito conoce por experiencia las debilidades humanas, nuestros puntos vulnerables, fragilidades, a menudo nuestra tendencia a la pereza, o no afrontar los problemas… Una visión realista que no implica rigidez, ni menosprecio, ni animosidad. Ciertamente san Benito es un maestro exigente, pero no se puede afirmar que sea un puritano lleno de espíritu amargo. Duro consigo mismo, viene a ser uno que odia los vicios, pero ama a la persona. La visión realista del hombre que envuelve toda la experiencia personal de san Benito y que inspira la Regla, es una invitación a avanzar por el camino estrecho pero seguro de la vida monástica, conscientes de nuestras fragilidades, pero también de la certeza de que con la ayuda de Dios y de la comunidad, podemos seguir avanzando día tras día, y mantenernos fieles hasta el final del camino.

La observancia permanente es un medio para mantener una atención total a Cristo. Significa hacer sin retraso, sin excitación, sin murmurar, sin replicar, sin tibieza o pereza, con celo, la tarea confiada de la mejor manera posible. Siempre presentes, con el control permanente de la propia acción, de los gestos, del pensamiento… La distracción, el retraso, el olvido, error o negligencia… es lo que Benito incluye en esta ligereza del reír. De hecho, no dice que el monje no ría, sino que no sea fácil a la risa, sin sentido. Una de las tramas argumentales de la novela de Umberto Eco, “el nombre de la rosa”, se centraba precisamente en este tema de la risa; si era posible o no que Jesús hubiese reído; qué idea tenían de la risa los filósofos clásicos. ¿Qué tiene de malo el reír?, pregunta el protagonista, y un monje anciano le respondía: “el reír acaba con el miedo” Sin miedo no hay fe. Porque sin miedo al demonio, no hay necesidad de Dios. No ha de ser el miedo nuestro sentimiento delante de Dios, sino el amor y la disponibilidad.  No tengamos miedo a Cristo, sino abramos de par en par las puertas de nuestro corazón. (Cfr. Homilía san Juan Pablo II, el 22 Octubre 1978)

“La disponibilidad para la continua conversión, la disponibilidad para seguir un camino de conversión de vida, depende de nuestra alegría. Si uno comienza a escalar una montaña, se mantendrá en el camino a la cumbre, solamente si pone su alegría en dicha cumbre. Si la coloca en una etapa intermedia, se detendrá, no avanzará. Pero el problema es que la alegría verdadera de nuestro corazón es siempre más grande que nuestros objetivos más inmediatos. Cristo es la cima de nuestra vida y de la alegría que se nos da en cada etapa del camino, pero con la condición de seguir caminando para seguirlo hasta el final del camino, a la plenitud de la alegría y de la vida. A menudo nos detenemos en el camino de la conversión porque creemos que es suficiente con un cambio exterior (con un reír fácil), superficial. Creemos ser felices cambiando solamente lo exterior, pero eso no es lo que renueva la vida y la cambia, lo que la llena… San Benito quiere guiarnos en este camino de conversión constante, hasta la verdadera alegría del amor filial y paterno. Dejémonos ayudar, dejémonos guiar por Él en este camino. (Del comentario a la Regla, del Abad General del Orden Cisterciense, Mauro José Lepori, Roma 22 Agosto 2012)


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