domingo, 19 de noviembre de 2017

CAPÍTULO 37 LOS ANCIANOS Y NIÑOS




CAPÍTULO 37


LOS ANCIANOS Y NIÑOS

A pesar de que la misma naturaleza humana se inclina de por sí a la indulgencia con estas dos edades, la de los ancianos y la de los niños, debe velar también por ellos la autoridad de la regla. 2 Siempre se ha de tener en cuenta su debilidad, y de ningún modo se atendrán al rigor de la regla en lo referente a la alimentación, 3 sino que se tendrá con ellos una bondadosa consideración y comerán antes de las horas reglamentarias.

San Benito nos habla en este capítulo de la naturaleza humana. Los jóvenes puede que no tengan fuerza para practicar la Regla, y los ancianos haberla perdido. Tenemos tendencia a juzgar lo que es posible y lo que no lo es en función de nuestros propios parámetros. Inconscientement4e evaluamos los límites entre lo posible y lo imposible en función de nuestras capacidades, sin ser conscientes de que nos consideramos el centro y criterio último de toda la realidad.

A esta actitud san Benito opone la objetividad de la Regla y nos sitúa en un plano completamente diferente ante la realidad.

Un ejemplo de ello son nuestros Padres Cistercienses. Así, de la lectura que hace san Bernardo se desprenden dos características generales: la primera, la insistencia en la moderación y la discreción, sobre la bondad, la indulgencia y la amplitud; la segunda es la libertad que mantiene ante el texto de la Regla en los casos particulares en que hay una prescripción particular que va en contra de una conducta que él cree que es necesario adoptar para ser más fiel a lo que le sugiere el Espíritu Santo. Es a la Regla, tomada en su conjunto, y sobre todo a su doctrina espiritual, a la que san Bernardo debe el carácter equilibrado de su enseñanza monástica. Nada más ajeno a su mentalidad que el uso literal.  El verdadero espíritu de la Regla no puede conducir ni a la tibieza, ni a una vida más severa que la establecida en cada monasterio. Ceder a una u otra de estas tentaciones sería para san Bernardo aceptar o ceder a un mal pensamiento. Pero, al contrario, guardar en todo el justo medio, no separa el texto de san Benito de la tradición viva, y es el camino de evitar todo exceso o defecto.

Pues este texto de la Regla lo deberíamos de escuchar cada día no como un reglamento. La finalidad de la Regla es abrirnos el camino para ir hacia el Reino, un camino de vuelta a Dios, individual, pero vivido en comunidad. La verdadera y mas grande dificultad es dejarnos trabajar por la gracia de Dios, no sucumbiendo a los deseos y pasiones que nos acechan.  Esto es lo que nos decía hoy san Agustín en Maitines: “la fortaleza cristiana incluye no solo hacer el bien, sino resistir a lo que es malo”, dejando entrar en nosotros la gracia de Dios y no obstaculizándola con nuestras miserias. La Regla es una escuela de libertad interior que poco a poco nos lleva a abrirnos a la acción del Espíritu, ayudándonos a distinguir entre nuestra propia voluntad y la de Dios. Aprender a ver qué quiere Dios es, en definitiva, la única razón de ser de la Regla.

San Benito se fija en los ancianos y en los más jóvenes, y nos pide estar atentos a sus debilidades. Nos habla del alimento, pero también podría hacerlo del sueño o del trabajo. Cuando todo va bien, cuando estamos en plena forma, se nos hace difícil entender que algo venga a ser difícil para nuestros hermanos. Debemos aprovechar incluso nuestros momentos de debilidad, como la enfermedad o la fatiga, para acercarnos a aquellos que en uno u otro momento se sienten abrumados. San Benito hace intervenir la autoridad de la Regla para que nos ayude a atender y entender la fragilidad de nuestros hermanos y la nuestra propia. Animando a los fuertes sin olvidar a los débiles, es como piensa san Benito. Uno de los principios de nuestra sociedad contemporánea es el de que la ley es igual para todos, a lo que cabe añadir que mientras no todos puedan conformarse a la ley no es necesario cambiarla. Pero éste no es el punto de partida de san Benito, sino que para él la Regla es una manera de vivir, un arte de vivir, hacia donde tenemos que tender, teniendo en cuenta la situación personal de cada cual.

Detrás de la mentalidad de nuestro mundo se esconden dos realidades que nos cuesta admitir: el miedo y las consecuencias de este miedo. Detrás de este igualitarismo de fachada se esconce el miedo de ser ignorados, porque la diferencia, ser diferentes, a menudo nos da miedo. Si aquel puede hacer aquello, ¿por qué yo no lo puedo hacer? Si aquel no hace yo tampoco hago todo lo que podría hacer… Detrás de esta actitud, hay un cierto infantilismo, está el niño que fuimos y que no hemos dejado de serlo del todo. Entonces nuestra tendencia puede ser la de hacer menos, de rebajar nuestro grado de cumplimiento, de relajarnos con el pretexto de que otros no pueden cumplir lo que dice san Benito. Y la consecuencia es relativizar la Regla, ya que no todos pueden llegar a vivirla en plenitud. San Benito no va por aquí, pues él no habla de relativizar sino de humanizar, teniendo en cuenta la realidad de las personas. Para san Benito no conviene hacer menos, siempre que todos hagan lo mismo, sino como dice él mismo. ”De manera que los fuertes deseen más y los débiles no se echen atrás” (RB 49,19)

Lo vemos en el evangelio que proclamamos y escuchamos este domingo. A cada uno se le dan unos talentos para que los hagan fructificar “Jesús quiere enseñar a los discípulos a utilizar bien sus bienes; Dios llama a cada hombre a la vida y le entrega unos talentos; confiándoles a la vez una misión a cumplir. Sería de necios pensar que estos dones se nos deben, y renunciar a utilizarlos sería no cumplir la finalidad de la propia vida”, escribe el Papa Benedicto (Ángelus 13, Noviembre 2011)

Este igualitarismo asimétrico nos pide una madurez, y este es el punto en donde deberíamos poner el acento en la nuestra relación con la manera de vivir la Regla, así “seas quien seas que te esmeras por llegar a la patria celestial, cumple bien con la ayuda de Cristo esta mínima Regla que hemos redactado como un comienzo, y entonces llegarás, con la protección de Dios, a las cumbres más altas de doctrina y de virtudes”.

Pero para ello necesitamos la ayuda de Dios, para cumplir estos mínimos, y empezar a subir, no deteniéndonos, y menos ir hacia atrás, sino subiendo cada vez más alto.

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