domingo, 10 de diciembre de 2017

CAPÍTULO 56 LA MESA DEL ABAD



CAPÍTULO 56

LA MESA DEL ABAD

Los huéspedes y extranjeros comerán siempre en la mesa del abad. 2 Pero, cuando los huéspedes sean menos numerosos, está en su poder la facultad de llamar a los hermanos que desee. 3 Mas deje siempre con los hermanos uno o dos ancianos que mantengan la observancia.

En tiempos de san Benito el abad comía aparte, o bien con los huéspedes, o bien con alguno de los hermanos monjes. También aquí en Poblet, durante algún tiempo, en siglos pasados, el abad hacía vida aparte. En una época más cercana, los huéspedes comían en el calefactorio aparte, como todavía se hace en algunos monasterios. Quizás esta costumbre tuvo sentido en algún momento o en algún lugar, pero que el abad coma aparte no corresponde mucho con lo que tiene que ser la vida comunitaria, ni con la idea de que el abad no es sino un monje más.

No se trata que san Benito piensa que el abad ha de tener una mesa más digna que los demás, ni que sea una mesa especial para recibir a visitantes distinguidos; los comentaristas de la Regla ni siquiera están de acuerdo sobre el lugar concreto donde estaba esta mesa del abad. Para algunos era el mismo refectorio de la comunidad donde cada decano tenía su propia mesa; para otros estaba en un lugar separado. Hoy, en nuestro caso de sentarse al lado del abad, a excepción de algunos casos puntuales, como hacemos ahora, quizás supondría ponerlos en una situación de incomodidad, al hacerlos comer con más rapidez.

Pero el tema de fondo de este capítulo, como en otros en los que se habla de acogida, no está en dónde y cómo se ha poner la mesa, sino ver en los huéspedes al mismo Cristo.

Los monjes venimos al monasterio para responder a la llamada de Cristo que nos pide seguirlo en un camino concreto. Pero esto no es un rechazo del mundo, como se decía antes, ni una huida o un esconderse del resto de la sociedad, pues este mundo es el que Dios ha creado, lo ama y por él Cristo ha muerto, y somos parte de él.

Diversas circunstancias pueden llevar al monje a relacionarse con el exterior del monasterio, pero también las personas más diversas vienen desde fuera al monasterio.

San Benito habla de un principio espiritual básico: que los huéspedes y peregrinos se han de recibir como a Cristo, el cual nos dirá el día del juicio: “Yo era forastero y me recibisteis”.

Pero si se confía al abad que se preocupe de comer con los huéspedes, es porque, según la idea de san Benito, los que entramos en una comunidad monástica elegimos una vida de soledad para vivir en comunión con Dios y con los hermanos. La comunidad, por ser verdaderamente cristiana, ha de mantener vínculos de comunión con la Iglesia local, con la sociedad en general, y con los más desvalidos. Por lo tanto, para san Benito siempre hay unos vínculos con el mundo exterior, con las diversas personalidades religiosas y civiles, con los huéspedes, con los transeúntes. 

La relación con los huéspedes es un punto importante de nuestra vida, de nuestra proyección al exterior. Hace unos años ya que los huéspedes comen con la comunidad, que comparten con nosotros este momento de nuestra jornada. Una posibilidad de comer en silencio escuchando una lectura. Por esto es también muy importante que entren y salgan del refectorio, tal como lo hacemos nosotros, es decir en silencio, sin ser importunados, sin interferencias como decía una expresión de un predecesor mío de hace unos años, sin ser abordados por ningún monje, a excepción del hospedero, que lo hace puntualmente y si es necesario.

San Benito es muy claro en este aspecto, cuando dice “quien no tiene el mandato no se acerque de ninguna manera ni hable con los huéspedes; pero si los encuentra, una vez saludados humildemente… y después de pedirles la bendición, que pase de largo y les diga que no le está permitido hablar con los huéspedes”.

También nos lo ha recodado el Abad General en su Carta de visita, que la salida del refectorio se haga en silencio, y no se haga del claustro un lugar de tertulia, depende de nosotros. Mi predecesor instauró la costumbre de ser él último en salir para evitar este problema; personalmente creo que ya somos todos mayores para saber lo que tenemos que hacer, que escuchamos la Regla, la Carta de visita, pero aún añadiría, como nos dice san Benito que “con ello no queremos decir que se dejen crecer los vicios, sino extirparlos prudentemente y con caridad, según convenga a cada uno”. San Benito espera de los ancianos que ayuden a conservar el orden. Dios no quiera que sean ellos los que perturben el silencio o se junten con los huéspedes sin permiso. Espero de vuestra madurez que la relación con los huéspedes sea un punto importante de la imagen que se pueden llevar de la comunidad, si la descuidamos, damos la impresión de ser una comunidad que tiene interés en curiosidades y chismes.

La imagen de la comunidad es responsabilidad nuestra y que se transmite en nuestras relaciones con los demás. Así cuando nos comunicamos con personas del exterior hemos de tener presente siempre que somos monjes, y debemos actuar en consecuencia para evitar problemas que siempre nos llevan a situaciones equivocas. Tanto si enviamos cartas, correos electrónicos, si llamamos por teléfono o salimos a la plaza, si vamos al médico o a algún otro encargo, o si escribimos para determinado medio de comunicación, ciertamente lo hacemos a titulo particular, pero no debemos olvidar que nunca dejamos de ser monjes. Los tiempos han cambiado, no hace falta pedir el nihil obstat por ejemplo para escribir algo, pero debemos ser conscientes de la necesidad de una prudencia y responsabilidad, pues tenemos detrás una comunidad.

El justo respeto de la libertad individual de cada monje, como ciudadano que es, ha de tener también el equilibrio en el respeto de cada uno de nosotros, de la identidad colectiva de la comunidad. Sin comprometerse en posturas muy respetables y legítimas, pero concretas, que no representan a la comunidad, porque ésta no entra ni debe entrar en determinados temas. La relación con los huéspedes, con la sociedad que nos rodea y nos preocupa, y de la cual debemos preocuparnos fundamentalmente con la plegaria, no es fácil. Estamos en medio de una sociedad convulsa, y de un pueblo concreto, en una situación concreta y difícil, pero nuestro centro es Cristo mediante una vida de plegaria y trabajo, centrada en la Palabra de Dios. Este fundamento cristológico, esta centralidad en el Cristo no la debemos olvidar nunca y es la que debe guiar toda nuestra vida.

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