domingo, 11 de febrero de 2018

CAPÍTULO 38 EL LECTOR DE SEMANA



CAPÍTULO 38

EL LECTOR DE SEMANA

En la mesa de los hermanos nunca debe faltar la lectura; pero no debe leer el que espontáneamente coja el libro, sino que ha de hacerlo uno determinado durante toda la semana, comenzando el domingo. 2 Éste comenzará su servicio pidiendo a todos que oren por él después de la misa y de la comunión para que Dios aparte de él la altivez de espíritu. 3 Digan todos en el orator o por tres  veces este verso, pero comenzando por el mismo lector: «Señor, ábreme los labios, y mi boca proclamará tu alabanza». 4 Y así, recibida la bendición, comenzará su servicio. 5 Reinará allí un silencio absoluto, de modo que no se perciba rumor alguno ni otra voz que no sea la del lector. 6 Para ello sírvanse los monjes mutuamente las cosas que necesiten para comer y beber, de suerte que nadie precise pedir cosa alguna. 7 Y si algo se necesita, ha de pedirse con el leve sonido de un signo cualquiera y no de palabra. 8 Ni tenga allí nadie el atrevimiento de preguntar nada sobre la lectura misma o cualquier otra cosa, para no dar ocasión de hablar; 9 únicamente si el superior quiere, quizá, decir brevemente algunas palabras de edificación para los hermanos. 10 El hermano lector de semana puede tomar un poco de vino con agua antes de empezar a leer por razón de la santa comunión y para que no le resulte demasiado penoso permanecer en ayunas. 11 Y coma después con los semaneros de cocina y los servidores. 12 Nunca lean ni canten todos los hermanos por orden
estricto, sino quienes puedan edificar a los oyentes.

El capítulo de hoy nos habla de la lectura durante las comidas. Le siguen dos capítulos sobre la medida en la comida y en la bebida, y otro sobre las horas en que debe hacerse la comida. Las comidas son un momento importante en la vida comunitaria. San Benito nos habla, además, que el silencio que debe haber en el refectorio no es un silencio vacío ni infecundo, sino que debe ser para crear las condiciones para una escucha de la lectura, la Palabra del Señor, y escuchándola cambiar nuestro corazón, y hacernos imitadores del Cristo, que vino a servir y no a ser servido. San Benito está preocupado por el silencio, por la atención a la lectura, para que esta escucha nos aporte algo.
Cuando nos habla de medida, en este terreno como en otros, no nos habla de una cantidad estándar u objetiva a la cual nos tenemos que atener ciegamente, sino que habla de la moderación y la sobriedad, que siempre debe guiar nuestra vida. Unas comidas que no son simplemente para alimentar el cuerpo, sino para alimentar el espíritu. Una parte más de la jornada monástica que está dedicada a recuperar la unidad perdida del hombre y Dios.
La lectura en el refectorio o en la colación persigue otra finalidad: crear una cultura comunitaria, como si fuese una biblioteca común de todos los miembros de la comunidad. Por esto es tan importante compartir todos los actos comunitarios porque todos ellos van formando al monje, a la vez que a la comunidad. Plegaria, trabajo, lectio y comidas forman un conjunto; quien cojea en su cumplimiento cojea en su vida monástica. La plegaria, el silencio, el trabajo, la escucha de la Palabra, el cumplimiento, no son un fin en si mismos, sino medios, instrumentos, para crear las condiciones necesarias para intentar llegar a Dios, que es nuestro objetivo en el monasterio; si los menospreciamos, si los olvidamos, no estamos en el buen camino para llegar a Dios. Por eso san Benito establece esta relación entre la plegaria, la lectura y el servicio de la comunidad cuando habla de pedir la bendición para cumplir fielmente el servicio de lector. Si la lectura no debe faltar en la mesa no es para ocupar el tiempo, para distraer, sino para formar al monje en orden a una escucha interior. El monje es un hombre siempre a la escucha, en la plegaria salmodiando, en la lectio escuchando la Palabra, y también en el refectorio escuchando la lectura. Por eso san Benito pide que haya un silencio absoluto, y que si es necesario pedir alguna cosa se haga con un gesto discreto. El silencio, abierto a la Palabra tiene en nuestra vida una posición central y eminente. Por ello mismo san Benito dice que no se atreva cualquiera a leer, sino aquel que pueda ayudar a edificar.
Palabra, escucha y servicio van de la mano. No hay vida comunitaria sin un servicio a la comunidad. Si por un lado tenemos unas responsabilidades asignadas a cada uno, también están los servicios semanales y las tareas comunes que es preciso atender. Nos dice san Benito que se han de confiar a aquellos que sean capaces de llevar a cabo el servicio, que en este caso es el lector que ha de poder edificar a los oyentes. 

No todos somos capaces de cualquier servicio, es cierto, pues nuestras limitaciones personales nos lo pueden impedir, pero siempre, en la comunidad, hay servicios que están a la medida de uno. Lo que no debemos de perder nunca es la voluntad de servir, de atender a lo que nos pertenece y podemos hacerlo con la máxima diligencia, generosidad, perseverancia y voluntad de servicio. Lo malo es el espíritu de mezquindad, de vigilancia mutua, de cálculo que nos lleva a expresiones como las que describe Bertrand Rollin monje de Calcat: “¿dónde están los demás?”, “aquel desaparece siempre que tenemos algo que hacer”, o tantos otros malos pensamientos que nos pueden surgir. Puede llegar a existir, como una ley en la vida de una comunidad, que establece que siempre son los mismos los que escapan de un servicio, mientras otros siempre que les piden lo llevan a cabo. Cabría recordar la expresión de un cartujo: “servir es reinar”, entonces renunciar al servicio es renunciar al Reino.

Todos sabemos lo que podemos o no podemos hacer, y también cuándo la pereza o negligencia nos dominan. Lo sabe nuestra conciencia a la que no podemos engañar, lo sabe sobre todo Dios que lee en el fondo de nuestros corazones.

Decía el Papa Francisco en un Angelus dominical del último Noviembre que “si hemos recibido cualidades de nuestro Padre Celestial, debemos ponerlas al servicio de nuestros hermanos y no aprovecharnos para nuestra situación personal. No debemos considerarnos superiores a los demás; la modestia es esencial para una existencia que quiere estar de acuerdo con las enseñanzas de Jesús, que es manso y humilde de corazón, y ha venido a servir y no a ser servido”.

La disponibilidad y la responsabilidad son dos conceptos importantes en la vida comunitaria. Responsabilidad cuando uno tiene una tarea concreta o un servicio semanal encomendado. Disponibilidad ante los imprevistos para atender a lo que ha quedado desatendido.

Decía el Papa Benet XVI en Abril del 2006: “Si pensamos y vivimos en virtud de la comunión con Cristo, entonces se nos abren los ojos. Entonces, no nos acomodaremos más a seguir viviendo preocupados solamente por nosotros mismos, sin que veremos donde y como somos necesarios. Viviendo y actuando así seremos pronto conscientes de que es mucho más bello ser útiles y estar a disposición de los demás, que preocuparse solamente de las comodidades que se nos ofrecen”.






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