domingo, 27 de mayo de 2018

CAPÍTULO 48, 10-13 EL TRABAJO MANUAL DE CADA DIA: EL DIAS DE CUARESMA


CAPÍTULO 48, 10-13

EL TRABAJO MANUAL DE CADA DIA: EL DIAS DE CUARESMA

Desde las calendas de octubre hasta la cuaresma se dedicarán a la lectura hasta el final de la segunda hora. 11 Entonces, se celebrará el oficio de tercia y se ocuparán todos en el trabajo que se les asigne hasta la hora de nona. 12 Al primer toque para el oficio de nona dejarán sus quehaceres para estar a punto cuando suene la segunda señal. 13 Después de comer se ocuparán en sus lecturas o en los salmos.

Lectura, plegaria y trabajo. No se puede decir tanto en menos versos. San Benito resume aquí los tres puntos centrales de la vida del monje: un horario sencillo, adaptado a cada época del año, que tiene como eje la Palabra de Dios y la plegaria, que precede y concluye el tiempo de trabajo. San Benito muestra una gran preocupación para que nuestra jornada esté ocupada en todo momento, de modo que nuestra vida siga una pauta reglada, pues es el mismo san Benito quien nos dice que la ociosidad es enemiga del alma o que da lugar a que nazca la murmuración, el gran mal de la vida comunitaria. Un tiempo para el trabajo, un tiempo para la plegaria, un tiempo para la lectura; quiere garantizar de esta manera a cada actividad el tiempo necesario y se esfuerza por guardar un equilibrio y asegurar un buen ritmo para la jornada, dedicando nuestra atención a aquello que debemos en cada momento. De aquí que sea tan importante vivir la totalidad del plan para cada día que nos propone san Benito, pues si lo olvidamos, o menospreciamos, corremos el riesgo de perdernos.

Dedicar tres horas a la lectio en el invierno lo exigía las condiciones de la estación; prestemos atención a que cuando san Benito sitúa el contacto con la Palabra a primera hora de la mañana, esto continúa teniendo un sentido hoy, pues esta es una hora propicia para tener una disposición favorable para la lectura. Como también las plegarias distribuidas a lo largo de la jornada llenan de sentido el tiempo del trabajo. Para san Benito no tendría sentido reducirlas, pues acompañan el transcurso del día, son como un reloj que va marcando, santificando, el transcurso de la jornada. Es una idea a tener presente por parte nuestra.

Observamos también la importancia de estar atento a lo que nos pide la campana, la voz de Dios como a veces se la nombra. Al oírla es preciso dejar lo que estamos haciendo y estar atentos para lo que viene a continuación; sin rémora alguna, sin caer en la tentación de continuar un poco más en lo que estamos haciendo, lo cual a veces es una verdadera tentación, pues siempre encontramos un motivo para acabar lo que estamos haciendo en el momento de la nueva llamada. San Benito es muy consciente de esto, por lo cual nos pide la disciplina de obedecer al toque de campana. San Benito considera que no debemos estar ociosos, y tampoco tener el trabajo simplemente como un medio ascético, de ocupación de tiempo o entretenimiento. El trabajo de los monjes ha de ser productivo, debe dar fruto, “Que todos trabajen en la faena que se les encomienda”, dice la Regla. Ciertamente en nuestra sociedad puede ser difícil que el trabajo de una comunidad monástica sea competitivo en el mercado, pues es necesaria una especialidad, cumplir con una normativa, elaborar unos productos que den un beneficio, y a la vez no dejar de ser monjes, lo que supone una jornada laboral limitada en cuanto al tiempo, pues no podemos olvidar la plegaria y la lectura, que deben de tener una prioridad.

Este tema del trabajo también fue considerado por la Carta de visita del Abad General. Es un tema que nos convendría afrontar con rigor, tanto por el valor monástico del trabajo, ya que forma parte de los tres pilares esenciales de nuestra vida, como también porque  dependemos en exceso de los ingresos del turismo, y éste está sometido a oscilaciones que no dan una total garantía; diríamos que viene a ser como un monocultivo y que depende de un solo tipo de actividad, lo cual es demasiado arriesgado. Para iniciar otra actividad es preciso hablarlo en comunidad, estudiar las posibilidades y tomar una decisión entre todos, con un mínimo de riesgos, lo cual es todo un reto, pero necesario, de afrontar en este tiempo.
No menos importante es el papel que san Benito atribuye a este texto de la lectura. Nuestra sociedad está saturada de información, pero no es informarnos el que la Regla nos pide, sino formarnos. Una lectura pausada, meditada, tranquila. En primer lugar, de la Palabra de Dios, en la Lectio divina; pero también en el refectorio, en la colación y en la lectura privada de los padres o autores espirituales.
La Lectio divina como un contacto con la Escritura es un valor añadido destacado por el  Concilio Vaticano II. La Biblia es y ha de ser el libro por excelencia que centre nuestro interés, el interés de todo cristiano. La Escritura la podemos experimentar cada día como la palabra viva de Dios. En ella destaca la gran importancia de la salmodia, hasta el punto que en tiempo de san Benito era necesario memorizar el salterio.

Decía el Papa Benedicto que los salmos son “lo que tradición bíblica da al pueblo de creyentes para que lo convierta en su oración, en nuestra oración, en nuestra manera de dirigirnos a Dios y de relacionarnos con él. En ellos se encuentra la expresión de toda la experiencia humana en sus múltiples facetas y toda la gama de sentimientos que acompañan la existencia del hombre. Se entrelazan y expresan alegría y sufrimiento, deseo de Dios y percepción de la propia indignidad, felicidad y sentido de abandono, confianza en Dios y dolorosa soledad, plenitud de vida y miedo a morir. Toda la realidad del creyente confluye en los Salmos, que el pueblo de Israel primero y la Iglesia después han asumido como una mediación privilegiada de relación con el único Dios y respuesta adecuada a su revelación en la historia. Como oraciones, los Salmos son manifestaciones del Espíritu y de la fe en las cuales todos nos podemos reconocer y en donde se comunica la experiencia de una particular proximidad a Dios, a la que están llamados  todos los hombres, y toda la complejidad de la existencia humana se concentra en la complejidad de las diferentes formas literarias de los diversos Salmos: himnos, lamentaciones, súplicas individuales y colectivas, cantos de acción de gracias, salmos penitenciales y otros géneros que se pueden encontrar en estas composiciones poéticas”.

En unos breves versos san Benito hace todo un repaso de los puntos fundamentales de nuestra vida de monjes:  plegaria, trabajo, Palabra, obedecer la campana, priorizar los Salmos. Tengámoslo presnte a la horade revisar nuestra vida.










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domingo, 20 de mayo de 2018

CAPÍTULO 42 EL SILENCIO DESPUÉS DE COMPLETAS

CAPÍTULO 42

EL SILENCIO DESPUÉS DE COMPLETAS

En todo tiempo han de cultivar los monjes el silencio, pero muy especialmente a las horas de la noche. 2 En todo tiempo, sea o no de ayuno 3 -si se ha cenado, en cuanto se levanten de la mesa-, se reunirán todos sentados en un lugar en el que alguien lea las Colaciones, o las Vidas de los Padres, o cualquier otra cosa que edifique a los oyentes; 4 pero no el Heptateuco o los libros de los Reyes, porque a los espíritus_débiles no les hará bien escuchar a esas horas estas Escrituras; léanse en otro momento. 5 Si es un día de ayuno, acabadas las vísperas, acudan todos, después de un breve intervalo, a la lectura de las Colaciones, como hemos dicho; 6 se leerán cuatro o cinco hojas, o lo que el tiempo permita, 7 para que durante esta lectura se reúnan todos, si es que alguien estaba antes ocupado en alguna tarea encomendada. 8 Cuando ya estén todos reunidos, celebren el oficio de completas, y ya nadie tendrá autorización para hablar nada con nadie. 9 Y si alguien es sorprendido quebrantando esta regla del silencio, será sometido a severo castigo, 10 a no ser que lo exija la obligación de atender a los huéspedes que se presenten o que el abad se lo mande a alguno por otra razón; 11 en este caso lo hará con toda gravedad y con la más delicada discreción.

San Benito nos presenta hoy una especie de rito para dormir. Ciertamente, en nuestros días experimentamos la dificultad de mantener el silencio, de vivirlo. Podríamos escribir mucho sobre el tema, pero hacerlo realidad ya es más difícil. Cuesta alcanzar un silencio que abarque todos los aspectos de nuestra vida, reales y virtuales. Nuestra sociedad huye del silencio; todos podemos hacer experiencia cuando vamos a un lugar u otro, por la calle, en el metro, autobús o avión, que son mínimas las personas que no llevan unos auriculares, o hablan por el móvil, o escuchan música…

San Benito sabe que el silencio nos conviene, y nos lo presenta como una herramienta para preservar la castidad, la plegaria interior y el recogimiento. Nos dice que lo deberíamos de practicar siempre, pero sobre todo en las horas nocturnas. Nos lo dice de la misma manera que cuando habla de que la vida del monje debería responder en todo tiempo a una observancia cuaresmal, pero sabe, sin embargo, que son pocos los que están dotados de esta fortaleza, y en consecuencia nos invita a guardar la propia vida en toda su pureza en los días de Cuaresma. Hemos de estar especialmente cercanos a Dios durante la Cuaresma, el Oficio divino y a la noche. Si creemos que Dios está presente en todas partes, sobre todo, sin duda alguna, en la Cuaresma, cuando estamos en el Oficio y durante la noche, entonces es preciso estar en la presencia de Dios, manteniéndonos lo más acorde posible a nuestra vocación. San Benito sabe que no siempre es así, que nos cuesta mantener el listón alto; por esto también sospecha que nos cuesta guardar el silencio, y nos invita a esforzarnos sobre todo después de Completes; pues una vez acabada la última plegaria del día que nuestros labios no se abran hasta Maitines, cuando todavía el día no se ha despertado, y pidamos al Señor que nos los abra para proclamar su alabanza.

El capítulo que hoy nos ocupa comienza, y acaba, hablando del silencio nocturno, pero el centro del mismo lo ocupa la última lectura de la jornada. Siempre debemos recordar que la vida del monje, cada jornada de su vida, forma un conjunto, un equilibrado conjunto de acciones que tienen como centro la plegaria, el trabajo y el contacto con la Palabra de Dios; si somos negligentes en parte, si nos perdemos en una u otra parte, vamos cojos, nuestra vida es incompleta. Y la constancia marca carácter, como decía la lectura del refectorio de ayer, cuando escuchábamos que Dom Baley conservaba de su pasado monástico la regularidad de la distribución del tiempo y la fidelidad a la plegaria que le quedaron ya como un hábito personal. Es bueno pensar a menudo como está nuestra fidelidad personal a la plegaria, a la Palabra, al trabajo y al silencio.

Un proverbio hindú citado por Margaret Thatcher dice: “vigila tus pensamientos, pues vendrán a ser palabras. Vigila tus palabras, pues vendrán a ser actos. Vigilas tus actos, pues vendrán a ser costumbres. Vigila tus costumbres, que vendrán a ser tu carácter. Vigila tu carácter, pues vendrá a ser tu destino. Acabamos siendo lo que pensamos”. Aquí, también nos lo podríamos aplicar; pensando en hacer silencio, en orar, en trabajar… acabaremos por crearnos un hábito.

San Benito nos presenta la noche como un momento fuerte, como la Cuaresma o el Oficio, a los cuales nos disponen una lectura continuada de la Regla, un texto de los Padres, o bien de las Colaciones, y el recuerdo de los hermanos difuntos. Quizás esta insistencia en la lectura durante la Cuaresma, al refectorio y antes de dormir, nos muestra a san Benito como un madrugador propulsor de la formación permanente. No quiere que estemos ociosos, que nuestros oídos se abran a otra cosa que no sea la Palabra de Dios o una lectura edificante, poniendo el acento en la lectura y la escucha. Por eso, después de hablar sobre las vísperas y la cena, que se ha de tomar cuando todavía es de día, san Benito nos habla del silencio.  

La experiencia de la noche ocupa un espacio importante en la Escritura. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, la noche se presenta de una forma ambivalente. Por un lado, el hombre se espanta fácilmente en la oscuridad, pues crea un miedo a los peligros, ve la noche como una situación de riesgo y realmente lo es... Las tinieblas son símbolo de muerte y de separación de Dios, incluso la noche puede ser un momento de lucha con Dios o su mensajero, como en el caso de Jacob. Pero, a menudo, durante la noche, durante un sueño, que no es verdaderamente tal, es cuando Dios manifiesta su voluntad. Son muchos los profetas que recibieron su vocación en la noche; son muchas las experiencias espirituales relacionadas con la noche. En el Nuevo Testamente, Jesús se retira a menudo de noche, para orar en la soledad, y es en la noche cuando sus discípulos se asocian a esta plegaria. Finalmente, según el gran discurso escatológico de Jesús, al  final del Evangelio, es de noche cuando volverá el Señor. No debe sorprendernos, pues, que la noche tenga una gran importancia en la espiritualidad cristiana y especialmente en la tradición monástica.

En la tradición cenobítica, parte de la noche se dedica a la oración común, pero el resto de la noche debe pasarse reposando en un gran silencio, que tiene una dimensión sagrada y, de alguna manera, mística. Así, pues, como dice san Benito al comienzo de este capítulo, si es cierto que el monje ha de cultivar en todo momento el silencio, que crea el contexto de su relación con Dios, lo debe hacer de manera especial durante las horas de la noche. Así desde el final de Completes hasta los Laudes del día siguiente, entramos en un periodo de gran silencio dedicado a la plegaria y a dormir, que puede ser también un buen contacto con Dios. Por ello prepararse para dormir es importante; no solamente lo es la ausencia de conversación que debemos procurar, sino también la ausencia de actividad; y aquí sí que fallamos bien; por lo menos deberíamos asegurarnos que fuesen ocupaciones que no nos dispersen demasiado en el silencio nocturno.

Esta es, obviamente, la razón por la cual san Benito prevé como la comunidad debe organizar las últimas horas de actividad, entre la cena y las Completes, de manera que todos los hermanos escuchen una lectura. Una lectura de las Conferencias de Casiano, o de los escritos de otros Padres de Desierto; también puede ser una lectura de la Escritura; pero san Benito, previsor como siempre nos quiere ahorrar los malos sueños y manda evitar aquellos libros del Antiguo Testamento, ricos de narraciones de guerras, sensualidad y violencia. Como es también previsor cuando dice que aun cuando es necesario levantarnos enseguida de la mesa para ir a la lectura. Hay algunos que pueden estar ocupados en alguna otra faena, y por ello es necesario irnos incorporando a lo largo de la lectura. Decimos ocupados en alguna faena, y no vagabundear, o huyendo de allí  dónde nos corresponda estar.

San Benito prevé solamente dos situaciones en las que permite una excepción de la Regla de absoluto silencio durante la noche. El primero es la necesidad de recibir huéspedes, que, especialmente en aquel momento de viajes difíciles y peligrosos podían llegar tarde a la noche o durante la noche. El otro caso es cuando el Abad ha de solicitar a alguien alguna cosa. Y eso también es una necesidad. Para ser coherentes con nuestra vida de monjes deberíamos ver como aplicamos todos estos principios en nuestra situación actual, aquí y ahora. 
                                                                                                                                                                                                                                         




domingo, 13 de mayo de 2018

CAPÍTULO 35 LOS SEMANEROS DE COCINA


CAPÍTULO  35


LOS SEMANEROS DE COCINA

1Los hermanos han de servirse mutuamente, y nadie quedará dispensado del servicio de la cocina, a no ser por causa de enfermedad o por otra ocupación de mayor interés, 2porque con ello se consigue una mayor recompensa y caridad. 3Mas a los débiles se les facilitará ayuda personal, para que no lo hagan con tristeza; 4y todos tendrán esta ayuda según las proporciones de la comunidad y las circunstancias del monasterio. 5Si la comunidad es numerosa, el mayordomo quedará dispensado del servicio de cocina, y también, como hemos dicho, los que estén ocupados en servicios de mayor interés; 6todos los demás sírvanse mutuamente en la caridad. 7El que va a terminar su turno de semana hará la limpieza el sábado. 8Se lavarán los paños con los que se secan los hermanos las manos y los pies. 9Lavarán también los pies de todos, no sólo el que termina su turno, sino también el que lo comienza. 10Devolverá al mayordomo, limpios y en buen estado, los enseres que ha usado. 11El mayordomo, a su vez, los entregará al que entra en el turno, para que sepa lo que entrega y lo que recibe. 12Cuando no haya más que una única comida, los semaneros tomarán antes, además de su ración normal, algo de pan y vino, 13para que durante la comida sirvan a sus hermanos sin murmurar ni extenuarse demasiado. 14Pero en los días que no se ayuna esperen hasta el final de la comida. 15Los semaneros que terminan y comienzan la semana, el domingo, en el oratorio, inmediatamente después del oficio de laudes, se inclinarán ante todos pidiendo que oren por ellos. 16Y el que termina la semana diga este verso: «Bendito seas, Señor Dios, porque me has ayudado y consolado ». 17Lo dirá por tres veces y después recibirá la bendición. Después seguirá el que comienza la semana con este verso: «Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme». 18Lo repiten también todos tres veces, y, después de recibir la bendición, comienza su servicio.


La primera idea que hoy nos presenta san Benito es la del servicio. Para san Benito todo servicio comunitario tiene una doble vertiente. No solamente merece una recompensa en proporción al servicio realizado, sino que aumenta nuestra caridad, nuestra capacidad de amar. El amor crece amando. No debería cansarnos el amar, el servir. Pero el amor tiene un doble sentido de circulación, como el servicio que se recibe, pero sobre todo el que se presta. Nos debemos sentir amados, pero sobre todo hemos de amar. Quien ama, quien sirve, recibirá el ciento por uno, porque quien se reserva, quien es tacaño en el servicio ama poco.

Servir en la vida comunitaria quiere decir disponibilidad; el servicio es el marco concreto, el obrador, para el crecimiento de la caridad. Conocemos hermanos, sobre todo de los mayores, dispuestos a servir, a amar, hasta el extremo durante toda su vida. En cuanto a los servicios los hay que ayudan más que otros para entrar en la vida monástica, para avanzar en la vida comunitaria, que afectan a la comunidad cada día: la cocina, el refectorio, lavandería, servidores de mesa, lectores… Son servicios de absoluta disponibilidad. Por ejemplo, quien cocina, ante todo cocina e intenta hacerlo lo mejor posible, cocinando platos que incluso a él no le agradan, pero es consciente de que sí agradan a la comunidad, o a una gran parte de ella. Y no obra de acuerdo a su gusto, sino de las preferencias de los otros. Y sabe que no recibirá muchas felicitaciones, y sí, en cambio críticas, cuando a alguien no le agrada lo cocinado. Y en este tema, cada día hay que volver al servicio, porque el estómago no tiene memoria. También el encargado del refectorio o de la lavandería. O en el servicio de mesa, a menudo tienen la experiencia de un no reconocimiento o valoración de su servicio, con ocasión de un pequeño fallo u olvido de un día, lo cual es injusto y supone al responsable del servicio tener amor y humildad para continuar su servicio con el mismo espíritu.

La cualidad del servicio revela la cualidad de la vida interior, y muestra la medida de nuestra conversión interior, no con grandes gestos y bonitas frases, sino con el pequeño y humilde servicio de cada día. Servir con todo el corazón, como desearíamos ser servidos.


En la vida comunitaria unos son servidores de los otros. Ésta es una de las ideas centrales de este capítulo de la Regla: el servicio mutuo en la caridad. Una comunidad de iguales, un grupo de personas que hemos escogido libremente el servicio al Señor y a los hermanos; esto quiere decir que, antes que nada, somos iguales. A veces, sorprende ver a un huésped e incluso a alguno de nosotros, especialmente en las primeras semanas de vida monástica, con un gesto más propio de quien se sienta a la mesa en un restaurante de tres tenedores que en un refectorio de una comunidad monástica, con aquel gesto que quizás quiere decir que pedimos el encargado porque la sopa o bien está demasiado fría o demasiado caliente, o no nos agrada el plato, o que esperamos demasiado tiempo…. También está el caso de que, acabada la comida, cae en la tentación de entrar a la cocina para expresar su enérgica queja sobre el plato servido. En resumen, debilidades humanas.

Una segunda idea que hay en este capítulo es la responsabilidad delante de lo que nos corresponde a cada uno, de lo que nos encargan de llevar a cabo. Cumplir nuestro deber no ha de ser una excepción, sino la norma de conducta habitual, pues a menudo nos invade la tentación de pensar y decirnos interiormente, si esta semana he hecho tal o cual cosa, tengo por tanto merecido no hacer esto o lo otro. Pero no debemos olvidar que hemos venido a servir y no a ser servidos, porque nuestro modelo es Cristo, y no otros posibles modelos de la sociedad en que vivimos.

Todo esto implica también un uso racional y moderado de los medios; cuando a veces pides alguien de hacer una cosa concreta, el primer peligro que corres es que te haga una lista de peticiones o supuestas cosas imprescindibles para llevar a cabo, y que al final desistes de confiarle.  Ciertamente, el uso de los medios ha de ser siempre moderado; sí, a todo lo que sea facilitar nuestra tarea concreta; no, a todo aquello que sea acumulación, posesión, acaparamiento de medios que al final acaban arrinconados. Y todos tenemos la tentación de pensar en “por si acaso”, que al final viene a decirnos en realidad “me agradaría de tener aquello que pienso que necesito, pero que en realidad no me hace falta para lo que tengo que hacer”. Unas herramientas que tenemos que conservar limpias y en buen estado, sabiendo lo que recibimos y lo que damos.

Una tercera idea es la manera en que debemos hacer el servicio, pidiendo la ayuda de Dios, mediante una pequeña plegaria y recibiendo la bendición con humildad, imitando a Cristo como nos lo muestra la referencia, no única, de la Regla en el lavado de los pies. Un gesto que une servicio y plegaria, liturgia y vida. San Benito, buscando siempre los pequeños detalles, y con la gran humanidad que le caracteriza, no olvida que es necesario servir sin murmuración ni excesiva fatiga y por eso pide que quien sirve pueda tomar un poco de pan antes de empezar su servicio.

Vivir para Dios se hace realidad en las pequeñas cosas de la vida, sobre todo en las que cuestan un poco más. Con palabras del papa Francisco es preciso ser santo cumpliendo con honradez y competencia nuestro trabajo al servicio de los hermanos, luchando por el bien común y renunciando a nuestros intereses personales, ante la tentación de pensar que la santidad está reservada solamente para los que tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, y que la santidad es cerrar los ojos y poner cara de santo. No es así, sino algo más grande, más profundo que nos da Dios. Estamos llamados a ser santos precisamente viviendo con amor y ofreciendo nuestro propio testimonio cristiano en las ocupaciones e cada día.