domingo, 13 de mayo de 2018

CAPÍTULO 35 LOS SEMANEROS DE COCINA


CAPÍTULO  35


LOS SEMANEROS DE COCINA

1Los hermanos han de servirse mutuamente, y nadie quedará dispensado del servicio de la cocina, a no ser por causa de enfermedad o por otra ocupación de mayor interés, 2porque con ello se consigue una mayor recompensa y caridad. 3Mas a los débiles se les facilitará ayuda personal, para que no lo hagan con tristeza; 4y todos tendrán esta ayuda según las proporciones de la comunidad y las circunstancias del monasterio. 5Si la comunidad es numerosa, el mayordomo quedará dispensado del servicio de cocina, y también, como hemos dicho, los que estén ocupados en servicios de mayor interés; 6todos los demás sírvanse mutuamente en la caridad. 7El que va a terminar su turno de semana hará la limpieza el sábado. 8Se lavarán los paños con los que se secan los hermanos las manos y los pies. 9Lavarán también los pies de todos, no sólo el que termina su turno, sino también el que lo comienza. 10Devolverá al mayordomo, limpios y en buen estado, los enseres que ha usado. 11El mayordomo, a su vez, los entregará al que entra en el turno, para que sepa lo que entrega y lo que recibe. 12Cuando no haya más que una única comida, los semaneros tomarán antes, además de su ración normal, algo de pan y vino, 13para que durante la comida sirvan a sus hermanos sin murmurar ni extenuarse demasiado. 14Pero en los días que no se ayuna esperen hasta el final de la comida. 15Los semaneros que terminan y comienzan la semana, el domingo, en el oratorio, inmediatamente después del oficio de laudes, se inclinarán ante todos pidiendo que oren por ellos. 16Y el que termina la semana diga este verso: «Bendito seas, Señor Dios, porque me has ayudado y consolado ». 17Lo dirá por tres veces y después recibirá la bendición. Después seguirá el que comienza la semana con este verso: «Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme». 18Lo repiten también todos tres veces, y, después de recibir la bendición, comienza su servicio.


La primera idea que hoy nos presenta san Benito es la del servicio. Para san Benito todo servicio comunitario tiene una doble vertiente. No solamente merece una recompensa en proporción al servicio realizado, sino que aumenta nuestra caridad, nuestra capacidad de amar. El amor crece amando. No debería cansarnos el amar, el servir. Pero el amor tiene un doble sentido de circulación, como el servicio que se recibe, pero sobre todo el que se presta. Nos debemos sentir amados, pero sobre todo hemos de amar. Quien ama, quien sirve, recibirá el ciento por uno, porque quien se reserva, quien es tacaño en el servicio ama poco.

Servir en la vida comunitaria quiere decir disponibilidad; el servicio es el marco concreto, el obrador, para el crecimiento de la caridad. Conocemos hermanos, sobre todo de los mayores, dispuestos a servir, a amar, hasta el extremo durante toda su vida. En cuanto a los servicios los hay que ayudan más que otros para entrar en la vida monástica, para avanzar en la vida comunitaria, que afectan a la comunidad cada día: la cocina, el refectorio, lavandería, servidores de mesa, lectores… Son servicios de absoluta disponibilidad. Por ejemplo, quien cocina, ante todo cocina e intenta hacerlo lo mejor posible, cocinando platos que incluso a él no le agradan, pero es consciente de que sí agradan a la comunidad, o a una gran parte de ella. Y no obra de acuerdo a su gusto, sino de las preferencias de los otros. Y sabe que no recibirá muchas felicitaciones, y sí, en cambio críticas, cuando a alguien no le agrada lo cocinado. Y en este tema, cada día hay que volver al servicio, porque el estómago no tiene memoria. También el encargado del refectorio o de la lavandería. O en el servicio de mesa, a menudo tienen la experiencia de un no reconocimiento o valoración de su servicio, con ocasión de un pequeño fallo u olvido de un día, lo cual es injusto y supone al responsable del servicio tener amor y humildad para continuar su servicio con el mismo espíritu.

La cualidad del servicio revela la cualidad de la vida interior, y muestra la medida de nuestra conversión interior, no con grandes gestos y bonitas frases, sino con el pequeño y humilde servicio de cada día. Servir con todo el corazón, como desearíamos ser servidos.


En la vida comunitaria unos son servidores de los otros. Ésta es una de las ideas centrales de este capítulo de la Regla: el servicio mutuo en la caridad. Una comunidad de iguales, un grupo de personas que hemos escogido libremente el servicio al Señor y a los hermanos; esto quiere decir que, antes que nada, somos iguales. A veces, sorprende ver a un huésped e incluso a alguno de nosotros, especialmente en las primeras semanas de vida monástica, con un gesto más propio de quien se sienta a la mesa en un restaurante de tres tenedores que en un refectorio de una comunidad monástica, con aquel gesto que quizás quiere decir que pedimos el encargado porque la sopa o bien está demasiado fría o demasiado caliente, o no nos agrada el plato, o que esperamos demasiado tiempo…. También está el caso de que, acabada la comida, cae en la tentación de entrar a la cocina para expresar su enérgica queja sobre el plato servido. En resumen, debilidades humanas.

Una segunda idea que hay en este capítulo es la responsabilidad delante de lo que nos corresponde a cada uno, de lo que nos encargan de llevar a cabo. Cumplir nuestro deber no ha de ser una excepción, sino la norma de conducta habitual, pues a menudo nos invade la tentación de pensar y decirnos interiormente, si esta semana he hecho tal o cual cosa, tengo por tanto merecido no hacer esto o lo otro. Pero no debemos olvidar que hemos venido a servir y no a ser servidos, porque nuestro modelo es Cristo, y no otros posibles modelos de la sociedad en que vivimos.

Todo esto implica también un uso racional y moderado de los medios; cuando a veces pides alguien de hacer una cosa concreta, el primer peligro que corres es que te haga una lista de peticiones o supuestas cosas imprescindibles para llevar a cabo, y que al final desistes de confiarle.  Ciertamente, el uso de los medios ha de ser siempre moderado; sí, a todo lo que sea facilitar nuestra tarea concreta; no, a todo aquello que sea acumulación, posesión, acaparamiento de medios que al final acaban arrinconados. Y todos tenemos la tentación de pensar en “por si acaso”, que al final viene a decirnos en realidad “me agradaría de tener aquello que pienso que necesito, pero que en realidad no me hace falta para lo que tengo que hacer”. Unas herramientas que tenemos que conservar limpias y en buen estado, sabiendo lo que recibimos y lo que damos.

Una tercera idea es la manera en que debemos hacer el servicio, pidiendo la ayuda de Dios, mediante una pequeña plegaria y recibiendo la bendición con humildad, imitando a Cristo como nos lo muestra la referencia, no única, de la Regla en el lavado de los pies. Un gesto que une servicio y plegaria, liturgia y vida. San Benito, buscando siempre los pequeños detalles, y con la gran humanidad que le caracteriza, no olvida que es necesario servir sin murmuración ni excesiva fatiga y por eso pide que quien sirve pueda tomar un poco de pan antes de empezar su servicio.

Vivir para Dios se hace realidad en las pequeñas cosas de la vida, sobre todo en las que cuestan un poco más. Con palabras del papa Francisco es preciso ser santo cumpliendo con honradez y competencia nuestro trabajo al servicio de los hermanos, luchando por el bien común y renunciando a nuestros intereses personales, ante la tentación de pensar que la santidad está reservada solamente para los que tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, y que la santidad es cerrar los ojos y poner cara de santo. No es así, sino algo más grande, más profundo que nos da Dios. Estamos llamados a ser santos precisamente viviendo con amor y ofreciendo nuestro propio testimonio cristiano en las ocupaciones e cada día.

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